El sueño del futbol
• Después de haber sido jugador profesional, Javier disfruta de los juegos en la cancha de su pueblo, donde aún se suda la camiseta y se ama al equipo por el solo hecho de demostrar que son los mejores
🖋 Raúl Alburquerque Fragoso
Javier está sentado frente a la puerta del segundo nivel de su casa que da a la terraza. El volado evita que los rayos del sol caigan sobre él y le proporcionan una agradable frescura. Sus ojos denotan ya el paso del tiempo y la dureza de sus facciones hacen ver que su vida no fue fácil. Como muchos de los habitantes de su pueblo, luego de varios años de andar de aquí para allá regresó a disfrutar de sus últimos tiempos junto a lo que queda de su familia.
Frente a él se encuentra la cancha del futbol de la comunidad, y hoy es un día especial pues reinauguran el empastado con un partido entre dos de los mejores equipos de la región que además al paso de los años han creado una gran rivalidad.
Él tiene el privilegio de poder observarlo desde su cómoda ubicación, pues como en muchas otras poblaciones la cancha se encuentra a unos pasos del centro y todas las tardes se llena de incipientes prospectos a jugadores profesionales. Muy pocos llegan a serlo, las exigencias en ese medio son muchas y además los gastos cuando no eres sobresaliente son muy altos y no cualquiera puede con ellos.
Javier sí tuvo la oportunidad de serlo. Un buen día, cuando era un adolescente y había jugado en los mejores equipos de su zona, decidió probarse en el equipo de la capital de su estado, que en esos años estaba en segunda división y entrenaba en el viejo estadio con muchas carencias, lejos
de los privilegios que hoy en día gozan los prospectos que llegan al club y que muchas veces sin demostrar gran cosa y gracias al prestigio ganado del equipo a través de los años, tienen la oportunidad de gozar de utilería y canchas que ya hubiese querido disfrutar Javier cuando llegó con sus zapatos de cuero de medio uso, una camiseta y un short blancos, pero eso sí, con el
mayor de los deseos de hacer un gran esfuerzo aun a pesar de sus enormes carencias económicas, lejos de las comodidades que hoy en día tienen los jóvenes que van llegando y a quienes se entregan desde pares de zapatos y juegos de uniformes que por la facilidad con que los obtienen rara vez son amados con tal intensidad como antaño, cuando realmente llegaban a sentir la camiseta y a luchar por ella con la mayor honestidad.
Así comenzó su carrera Javier. Tuvo la oportunidad de jugar varias temporadas en el equipo que lo llevó al profesionalismo hasta que un buen día llegó la oportunidad en el máximo circuito, el momento largamente esperado, cumpliendo así uno de sus objetivos acariciados largamente.
La estancia ahí no se prolongó por mucho tiempo. Las exigencias eran mayores y la escasez de oportunidades lo hicieron replantear la situación y regresó entonces a su pueblo, terminó una carrera y se dedicó de lleno a ella, convirtiéndose en un excelente profesionista.
Muchos jóvenes se quedaron en el camino, la mayoría por la falta de recursos y en la actualidad muchos más se quedan sin poder luchar por un lugar. La excesiva comercialización del deporte ha traído consigo que el futbol deje de ser un evento de masas para convertirse en un deporte caro. Las canchas de tierra de las ciudades y barrios van desapareciendo, quedando solamente como opción las de futbol rápido u otras modalidades en canchas de pasto sintético que cobran en su mayoría por hacer uso de ellas, lo que deja a miles de muchachos sin oportunidad por falta de espacios públicos donde practicar su deporte al no contar con los recursos económicos ante el reducido número de canchas populares.
Javier mira a la cancha y pareciera recordar esos tiempos, en los cuales el amor a la camiseta en verdad se sentía, los sueldos eran decoros, la marrullería era castigada por los árbitros y la rudeza del juego de contacto era aún mayor que ahora, sin que los jugadores se tiraran por cualquier causa para sacar ventaja, dejando de ser un juego leal y honesto para irse convirtiendo, desde hace algún tiempo, en un simple espectáculo mercantil.
Por eso Javier disfruta de esos juegos en la cancha del pueblo, donde aún, afortunadamente, se suda la camiseta y se ama al equipo por el solo hecho de demostrar que son los mejores.