Jesús Yusuf Isa Cuevas: un músico para el mundo
• También es comunicólogo, escritor, compositor, mago, actor, cantante y en diciembre, Santa Claus; este 21 de noviembre se presentará en la Galería de Arte Contemporáneo
🖋 Verónica Bracho Alburquerque *
Este jueves 21 de noviembre se presentará en la Galería de Arte Contemporáneo (antigua Biblioteca del Estado) en Río de las Avenidas 200 “Dandelión: concierto para solista y 21 instrumentos” a las 17:00 horas y la entrada es libre.
Así que todos(as) están invitados a ver este riquísimo y nutrido conjunto de sonidos de 21 instrumentos tocados magistralmente por Jesús Cuevas Cardona.
Jesús no solo es músico; también es comunicólogo, escritor, compositor, mago, actor, cantante y en diciembre, el querido Santa Claus. En esta ocasión solo conoceremos un poco más de su faceta de músico, a través de la entrevista que le realizamos hace unos días y el cual transcribo tal cual por los detalles de sus respuestas:
– Hola Jesús, quiero iniciar con preguntarte, ¿qué instrumento musical empezaste a tocar y a qué edad?
– Desde que tenía unos nueve o 10 años, yo soñaba con tocar el piano o el teclado. En aquella época salieron a la venta unos teclados electrónicos Yamaha -los primeros en venderse masivamente- y unos niños vecinos de mi casa tenían uno. Yo moría por aprender a tocarlo y se lo dije a mis papás, pero no logré convencerlos. Eran caros, sí, pero en ese entonces mi papá hubiera podido comprarlo, pero no lo hizo, tal vez temiendo que solo fuera un deseo pasajero. Más adelante, todavía en la primaria entré a la banda de guerra para aprender a tocar corneta, ya que yo había escuchado un disco del trompetista de jazz Louis Amstrong. En un cumpleaños le pedí a mi papá una trompeta. Solo se rió y no hizo el menor intento de averiguar más. Fue como si le hubiera pedido un platillo volador.
En la secundaria mi más preciado tesoro era mi flauta dulce y solía pasar mucho tiempo solo tocando, improvisando sin tener idea. Las canciones que me enseñaban en la escuela me parecían insulsas y, tocadas por un grupo de preadolescentes sin ningún deseo de hacerlo, sonaban horribles, por lo que perdí el interés. Ya en la prepa ví una serie de televisión sobre el violinista Nicoló Paganini y quedé fascinado, por lo que quise aprender a tocar el violín. Con lo que gané como mago en una fiesta infantil compré un violín barato y busqué quién me enseñara, pero no encontré un solo maestro en Pachuca que me enseñara. En aquellos tiempos Pachuca ofrecía muy pocas opciones para quienes querían aprender alguna disciplina artística. Existía Bellas Artes, pero solo enseñaban ballet, piano, guitarra y -créanlo o no- “gelatina artística”. Tiempo después, me enteré que era posible que yo ingresara a la Escuela Nacional de Música (hoy Facultad de Música) de la UNAM con un instrumento que me llamó la atención: el clarinete, y con él me empezó a llamar la atención el jazz y el saxofón.
Con el tiempo, una amiga que viajó a Australia me trajo un didjeridoo, una especie de trompeta de bambú o madera, que da una sola nota, pero con la que se pueden hacer muchos efectos inusuales. Con ese instrumento aprendí por mi mismo a hacer la respiración circular, una técnica que permite mantener el flujo de aire sin tener que interrumpirlo para respirar. Años después, con la llegada del internet, fue más fácil conseguir información, grabaciones y hasta los instrumentos de culturas más lejanas. El mundo se abrió para mí y ahí comenzó una especie de frenesí por conseguir instrumentos musicales de todos los rincones del mundo. La única condición que me impongo -además de que esté dentro de mis posibilidades económicas- es que sea posible que pueda aprender a tocarlo por mí mismo.
– ¿La inclinación que tienes con el continente asiático, cómo nace?
– Desde que empecé a estudiar música me interesaban las maneras de hacer música de las culturas y países más alejados del mío propio, no sé muy bien la razón. El hecho es que empecé a interesarme, desde hace varias décadas, por la música china, japonesa y vietnamita. Y el interés por la música no viene solo: siempre se acompaña por una avidez por conocer todo lo relacionado con su cultura, historia, gastronomía, filosofía, religiones, geografía…en fin todo lo que tenga que ver con el lugar donde surge tal o cual instrumento. Más adelante me relacioné con grupos de danza oriental -la llamada “danza árabe” o “belly dance” y entonces empecé a estudiar e investigar acerca de la música del mundo árabe y turco, lo que a su vez me llevó a culturas relacionadas como las de la India y Asia central. Traté de conseguir cuanta grabación o libro acerca de estos lugares que literalmente devoraba. Es una fascinación que yo mismo no entiendo bien. Alguien me ha dicho que tal vez, en vidas anteriores, yo fui de aquellos lugares. No creo mucho en eso, pero si es así, entonces debo haber sido -o me hubiera gustado ser-, un viajero que recorriera la llamada Ruta de la Seda, que iba desde Europa hasta el extremo Oriente, pasando por innumerables países, culturas, idiomas y -desde luego- músicas e instrumentos musicales. En la vida real he tenido la suerte de haber visitado Marruecos, Líbano, China, Japón y Corea, todos ellos lugares que si ya antes eran queridos, ahora son entrañables. De hecho, cada país que he tenido la fortuna de visitar, se ha convertido, de alguna forma, en parte de mí. Y esto incluye, desde luego, no solamente a países de Asia o Medio Oriente, sino también los países latinoamericanos a los que he podido ir.
– De los 23 países que has recorrido con la música, ¿cuál te ha gustado más y por qué?
– Esa pregunta es un poco difícil, porque todos me han gustado de una u otra forma. Tal vez en algunos de ellos tuve experiencias musicales más intensas, como Cuba, Líbano o Cerdeña, Italia, pero en todos he encontrado cosas maravillosas y otras no tanto -sobre todo en un país tan lleno de contrastes y contradicciones como Estados Unidos, un país donde se pueden ver niveles de pobreza comparables a los de muchos países del llamado “Tercer Mundo”. Un ejemplo concreto es el centro de Los Ángeles, repleto de personas sin hogar, viviendo en casuchas hechas con cajas de cartón, a unas cuántas calles del City Hall, el principal edificio gubernamental de la ciudad más grande de uno de los estados más ricos del país que tal vez es el más rico del mundo.
– ¿Cuántos instrumentos musicales tocas?
– A lo largo de varias décadas de pasión por los instrumentos musicales, he logrado formar una colección de más de 100 instrumentos musicales, de los cuales en unos 40 puedo tocar algo más o menos coherente. Yo no colecciono instrumentos solo para tenerlos guardados, sino que trato de tocarlos todos, aunque sea un poco. Desde luego, no pretendo tocar con maestría cada uno de ellos, puesto que tan solo su aprendizaje sumado me llevaría más de 1500 años. Sin embargo, de cada uno de ellos trato de extraer sonidos que pueda integrar a mi propia creatividad y expresión musical. Aunque por razones de comodidad es más fácil decir que soy “músico multinstrumentista”, en realidad preferiría ser considerado como un músico o artista que experimenta con los sonidos de instrumentos ancestrales de diferentes culturas, mismas a las que me acerco con la profunda humildad de quien reconoce que jamás se acercará al dominio de los maestros de cada uno de ellos. Pero esto mismo me hace tenerles un profundo respeto, por lo que trato de tocarlos lo mejor posible, dentro de mis muy limitadas capacidades.
– ¿Te gustaría poner un museo con tus instrumentos musicales?
– Sí y no. O mejor dicho: no y sí. Me explico: no, porque los instrumentos musicales fueron hechos para ser tocados, no para estar guardados en vitrinas. Hace algunos años me acerqué al Museo Nacional de las Culturas del Mundo, para decirles que había errores en las cédulas de algunos instrumentos expuestos. De ahí surgió la posibilidad de que me convirtiera en algo así como un asesor del museo en cuestiones relativas a instrumentos musicales. Me pidieron ayuda para montar una exposición temporal de instrumentos musicales de muchas partes del mundo, que se llamó “Instrumentos musicales: otras voces del Hombre”. Fue una gran experiencia, aunque tuvo una parte “negra”: por razones sindicales, yo no podía ser el curador de la exposición -aunque en realidad sí lo fui-, ni mi nombre podía aparecer en los créditos ni mencionado en ningún lado, salvo en los agradecimientos. Pero el hecho es que pude ver la colección de instrumentos del museo, que estaban deteriorados porque llevaban años guardados sin que nadie los tocara. Los instrumentos musicales deben ser tocados para que se conserven. Por otra parte, pensando en que algún día yo no estaré, pienso que mis instrumentos, aún guardados en vitrinas, pueden servir de inspiración para algún joven músico que quiera entrar a este fascinante mundo. Tal vez, antes del momento de mi partida encuentre la manera de hacer algo así como una “instrumenteca”, un lugar donde las personas interesadas puedan conocer los instrumentos, pero tocándolos, palpándolos, escuchándolos…Tal vez con las nuevas tecnologías se pueda hacer algo así. En ese caso, estaría más que dispuesto a donar mi colección. Pero solo hasta que esté estrenando mi “pijama de madera”. Mientras ese momento llega, que espero que no sea pronto, quiero seguir tocando mis instrumentos, durmiendo junto a ellos, como de verdad ocurre… ¡Ah, y por cierto! Los errores museográficos en el Museo Nacional de las Culturas del Mundo, varios años después de esta historia, siguen ahí.
– En tus giras, ¿hay alguna ciudad o lugar que te haya dejado una huella especial?
– Muchos lugares han sido especiales para mí, como el haber tocado con un ensamble de música tradicional árabe en Beirut, Líbano (lugar hoy tristemente asediado por la guerra), o el haber recorrido las tiendas de instrumentos musicales en Beijing, China y que en una de ellas me permitieran probar un ditzi, una clase de flauta, donde se sorprendieron mucho porque yo, extranjero, mexicano, toqué una melodía tradicional china. Pero hubo un lugar que tal vez haya sido el más significativo, tal vez porque esto ocurrió en la última gran gira por Europa antes de la pandemia. Fue mi visita a Cerdeña, isla que pertenece a Italia, pero que tiene una cultura musical propia. Ahí tocan una especie de clarinete triple muy rústico, pero que produce un sonido muy hermoso. El instrumento se llama “launeddas” y solo se toca ahí. Yo pensaba que lo encontraría fácilmente en alguna tienda de instrumentos musicales de Cagliari, la capital de la isla. Pero no es así. El instrumento, parte esencial de la cultura sarda, con raíces milenarias, es fabricado casi exclusivamente por sus propios intérpretes que, celosos, se niegan a vender a extranjeros. Sin embargo, gracias a las redes sociales, logré contactarme con unos de estos músicos tradicionales. El no vivía en Cagliari, sino en Maracalagonis, un pueblito cercano. Pitano Perra -este es su nombre- muy amablemente me enseño sus instrumentos, tocó para mí y hasta grabamos un video donde tocamos juntos, é,l el laureadas y yo el saxofón. Pero se negó a venderme un instrumento. —Este instrumento no se puede vender, me explicó en su mezcla de italiano e inglés.
Cada músico fabrica el suyo o lo fabrica para sus familiares o amigos. Así que yo te regalo este para que lleves un poco de mi país al tuyo—
¡No podía creerlo! Me regalo unos de sus launeddas, me enseñó lo básico para tocarlo y pues, desde entonces es uno de mis bienes más preciados.
– ¿Te influye el ambiente o la audiencia del lugar donde tocas en la forma en que interpretas tu música?
– Desde luego que sí. Yo trato de llegar a mi audiencia, aunque sin ceder a las modas del momento. Para mí es importante saber que lo que estoy tocando está conmoviendo o diciéndole algo a la gente que me escucha. En la música árabe hay un concepto que no existe en la música occidental. Se trata del “tarab”, que es el éxtasis que un oyente siente al oír cierta música. Es como cuando se nos pone la “piel chinita” con tal o cual música. Este éxtasis solo ocurre si hay una profunda comunicación entre el intérprete y el oyente. La música tradicional árabe no puede entenderse sin el tarab, y esto es algo que los músicos occidentales podemos aprender. He asistido a muchos conciertos de música contemporánea donde los compositores se han olvidado por completo de la comunicación con las audiencias, lo que ha alejado a la gente de las salas de concierto. Y no hablo de dar concesiones a los efectos baratos de la música comercial de moda. De hecho, alguna vez me pidieron que tocara regguetón en una boda – a veces amenizo bodas y comidas con mi saxofón, con un repertorio de boleros y canciones conocidas, pero interpretadas a mi manera- y simplemente me negué. Aunque toda música tiene su razón de existir, este es un género al que no he podido encontrarle ningún disfrute o interés, por lo que prefiero no hacerlo. Pero en el caso de mi música, aunque se trate de composiciones originales, tal vez muy diferentes a lo que la mayoría de la gente está acostumbrada a oír, siempre trato de que tenga algún significado, algún punto de referencia que mantenga el interés. Para mí el arte, las artes, y desde luego, la música, son comunicación. Y si esta comunicación no se logra, pierden mucho o todo su sentido.
– ¿Cuál ha sido el mayor reto como músico?
– A lo largo de mi carrera han habido muchos retos, de diferente índole. El más obvio tal vez es el de sobrevivir de la música en un país y un entorno donde es especialmente difícil sobrevivir de cualquiera de las artes. Sin embargo, dentro de ellas, de las artes, la música es la que da más posibilidades de supervivencia. Finalmente, como último recurso, uno puede tocar en la calle y obtener algún dinero, algo que debo admitir que también he hecho en los momentos difíciles, y que considero que no tiene nada de indigno o vergonzoso. Finalmente, es llevar el arte propio a la gente, sin ningún intermediario. Y las ciudades se sienten más vivas cuando tienen artistas callejeros llevando cultura al “ciudadano de a pie”. Entonces, vivir de la propia música sin sucumbir al “canto de las sirenas” de la música comercial, es de por sí un reto.
Por otra parte, este frenesí por los instrumentos musicales que debo aprender por mi mismo, porque no puedo encontrar maestros de, por ejemplo, rubab afgano o kora senegalesa, hace que cada nuevo instrumento que llega a mis manos, sea un reto. Nada me frustra más que un instrumento con el cual no pueda lidiar y que no pueda extraerle un sonido decente. Y esto me ha ocurrido no pocas veces. Hay instrumentos muy difíciles de tocar, incluso aprendiendo con un maestro y métodos de estudio. Y he tenido que ser lo suficientemente humilde para aceptarlo, para entender que tengo muchas limitaciones y que no hay nada que hacer. Salvo encontrar la manera de vivir al menos otros 60 años y volver a hacer el intento de aprender. Pero lamentablemente, el tiempo es limitado…
– ¿Qué legado te gustaría dejar?
– Me gustaría saber, antes de irme de este mundo, que lo que hago ha servido para hacer este mundo un poquito más habitable, que haya personas que han disfrutado o han sentido alguna emoción particular con lo que yo hago, mejorando aunque sea una micra, un milímetro o una pizquita su calidad de vida. Espero contagiar a algún niño, joven o no tan joven, de la profunda curiosidad que siento por la música y sus instrumentos, o por tantas otras cosas por las que siento una inmensa avidez de aprender… Pero eso es material para otra entrevista.
Recordamos que este mes se conmemora el día del músico, y qué mejor que con Jesús Yusuf Isa Cuevas. ¡Y que sigan los éxitos! Hasta la próxima…