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Al filo de la banqueta. BLOQUEOS CARRETEROS: CUANDO LOS OÍDOS GUBERNAMENTALES NO ESCUCHAN

• El 24 de noviembre no será un día cualquiera para muchas carreteras del país. Transportistas y campesinos han convocado un megabloqueo nacional, una movilización con peso simbólico y real



🖋 El Poeta del Desastre

En México, las carreteras ya no son solo rutas de paso: son espacios de disputa. No lo eran de origen, pero la realidad se encargó de convertirlas en eso: tribunas extendidas en el horizonte, porque rompen la verticalidad institucional. Ahí, quienes no tienen acceso al micrófono oficial detienen el tránsito para frenar también la indiferencia.

El próximo 24 de noviembre no será un día cualquiera para muchas carreteras del país. Transportistas y campesinos han convocado un megabloqueo nacional, una movilización con peso simbólico y real, que vuelve a convertir el asfalto en caja de resonancia política, en megáfono del descontento sectorial y de la cerrazón gubernamental.

Cada bloqueo tiene su propio fin, su propia fisonomía, pero todos comparten la misma lógica: cuando nadie escucha, se interrumpe el tránsito; cuando las oficinas cierran, las puertas se bloquean con cadenas humanas o con unidades de transporte; cuando las respuestas no llegan o se evaden, las autopistas se vuelven argumento.

El bloqueo de vías carreteras es, así, una forma de presión ante la falta de respuesta del gobierno. No es solo una molestia: es una protesta que se escucha y se amplifica sobre el asfalto, nacida de problemas cotidianos ya estructurales. Transportistas que exigen seguridad frente a asaltos y extorsiones; campesinos que reclaman mejores precios, apoyo y reconocimiento a su trabajo.

Sí, transportistas, campesinos, estudiantes, colonos y más se posicionan ahí; a veces organizados, a veces improvisados. Llegan con lo que tienen: lonas, cartulinas, hoy en día, camiones atravesados, tractores que ocupan carriles y no los surcos de la milpa. Para muchos de ellos —y de ellas—, la carretera es lo único que les queda para obligar al Estado a dejar de ignorarlos.

El bloqueo del 24 de noviembre se inscribe en esa lógica que ya se había planteado: las carreteras como espacio simbólico de protesta. No solo para visibilizar la rabia —más que el enojo—, sino para evidenciar la omisión del Estado. Bajo esta mirada, no es desesperación simple o llana: es una estrategia deliberada para obligar al poder a mirar.

Y sí, el bloqueo incomoda; genera pérdidas, enojo, retrasos, tensión. Nadie disfruta quedarse varado, atrapado a medio camino entre el claxon desesperado y el silencio de la incertidumbre. Pero la pregunta no debería ser solo si estorban o no, sino: ¿por qué tuvieron que llegar hasta ahí?

En el fondo, el megabloqueo del 24 de noviembre es una reivindicación social y, a la vez, profundamente política: no solo reclaman seguridad o mejores precios, sino reconocimiento.

Al taponar las vías no solo paran transportes; también ralentizan economías, retrasan el traslado de mercancías, trastocan la vida cotidiana. Molestan tanto como la apatía y la insensibilidad del Estado. Ya lo han demostrado otros sectores que también fueron ignorados.

La lógica es clara: si no se les escucha, interrumpen; si no se les atiende, ocupan. En un país con desigualdades tan profundas, el camino para romper el silencio gubernamental es, paradójicamente, cerrar las arterias que comunican al país. No hay respuestas; no hay paso.

El próximo 24 se sabrá si el Gobierno escucha los motores de camiones y tráileres, de tractores y cosechadoras, que en silencio manifiestan el descontento de transportistas y campesinos. Voces que, ahí, en medio de la carretera, suenan fuerte.

Una llamada más que se suma a las voces de miles de mexicanas y mexicanos que han tomado las calles porque solo ahí han ampliado el legítimo reclamo por vivir con dignidad y en santa paz. No son palabras necias; no debería haber oídos sordos. La tribuna está montada: en medio del descontento social, en medio del asfalto carretero.

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