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Al filo de la banqueta. MARCHA GEN Z VS MARCHA DEL TIGRE: DOS VISIONES DE LA JUVENTUD EN EL ASFALTO

Al final, quizá no son dos marchas, sino dos espejos incompletos. Cada uno refleja partes distintas de la juventud mexicana: la que exige respuestas y la que ya eligió una causa


🖋 El Poeta del Desastre

Nada parece realmente nuevo en México. Cada vez que creemos estar viendo algo inédito, basta rascar un poco para encontrar la versión anterior, o la anterior de la anterior.

Si hoy hablamos de represión, ya hubo otras peores. Si una marcha se vende como fresca, tarde o temprano asoma la mano de alguna agenda. La historia aquí tiene la costumbre de repetirse, aunque cambien los nombres y los hashtags.

Eso se nota en la disputa por quién se queda con la etiqueta de “la marcha de la juventud”. De un lado, quienes quisieron convertir a la Generación Z en el símbolo del despertar juvenil -aunque al final el contingente fuera menos juvenil, menos homogéneo y más amplio de lo que muchos pintaron-.

Del otro lado, la lectura que insiste en que todo estuvo infiltrado o movido por alguien más, que la agenda no nació de los jóvenes, sino de otros intereses. Nada nuevo: cada quien cuenta la historia desde la trinchera que más le conviene.

Y como en este país todo tiene respuesta, casi de inmediato apareció el reflejo: la llamada Marcha del Tigre, organizada también desde TikTok, que ahora quiere ocupar las calles con su propia narrativa: defensa de la democracia, de la soberanía y de la llamada cuarta transformación. Un espejo, un contrapeso o simplemente la otra cara de la moneda.

Aun así, vale decirlo: la marcha Gen Z sí mostró que el relato del “despertar juvenil” tiene fuerza para llenar plazas. No fue un movimiento totalmente joven ni uniforme, pero logró que un malestar medio difuso se volviera un acto colectivo. Y ese ruido llegó lejos: hasta el Zócalo y hasta las áreas donde las alertas políticas se prenden rápido.

No hacía falta ser estratega de comunicación para anticiparlo: la respuesta tenía que llegar. Y llegó con la imagen del Tigre. Si una marcha cuestionó al gobierno, la otra lo respalda. Si la Gen Z habló de inseguridad y violencia, la del Tigre habla de identidad y de cerrar filas.

Dos marchas, dos ritmos, dos formas de entender lo que significa “ser joven” hoy en un país partido por discursos que rara vez se encuentran; el lugar común dice que la “calle es tan ancha” que cabemos todos.

El contraste está a la vista. A la Generación Z se le acusó de financiada o manipulada. A la Marcha del Tigre se le lee como acto de lealtad política. Y aun así, las dos comparten algo de fondo: la necesidad de aparecer, de no dejar que otros decidan por ellos, de salir a la calle y reclamar un lugar en la conversación pública.

Lo que estas movilizaciones dejan ver es que la calle se convirtió en el nuevo punto de choque generacional y político. No se discute solo quién tiene la razón, sino quién logra imponer el relato: jóvenes que marchan desde el cansancio y la frustración, contra jóvenes que marchan desde la identidad y la convicción política.

Al final, quizá no son dos marchas, sino dos espejos incompletos. Cada uno refleja partes distintas de la juventud mexicana: la que exige respuestas y la que ya eligió una causa. Tal vez nunca se encuentren del todo. Pero algo sí quedó claro: el futuro ya no lo están debatiendo los adultos desde sus escritorios. Está siendo peleado, en plena calle, por los jóvenes que decidieron no quedarse callados.

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