Columna invitadaSociedad

Hablar de muerte

Si no morimos como vivimos, es porque realmente no fue nuestra la vida que vivimos: no nos pertenecía, como no nos pertenece la mala suerte que nos mata


Verónica Bracho Alburquerque *

Hablar de la muerte sin hablar del poeta, ensayista y premio Nobel de Literatura en 1990, el gran Octavio Paz, es imposible. Rescato de su excelente ensayo: “El laberinto de la soledad”, su análisis de la muerte vista por los ojos de un mexicano.

Inicia Paz hablando de las fiestas en México, y no hay duda; somos un pueblo fiestero, todos los días se conmemora una fiesta cívica, una fiesta al santo patrono, un cumpleaños, una fiesta creada por la mercadotecnia; siempre hay una fiesta. El estado de Tlaxcala es un ejemplo de ello, pues los 365 días conmemoran algo. Y la muerte no es la excepción: “La muerte se vive”, y la convertimos en colores y música.

“En esas ceremonias -nacionales, locales, gremiales y/o familiares-, el mexicano se abre al exterior. Todas ellas le dan ocasión de revelarse y de dialogar con la divinidad, con la patria, con los amigos o con los parientes. Durante esos días el silencioso mexicano silba, grita, canta”.

Mientras el sajón y europeo no concurre a tantas celebraciones y al hacerlo lo hace en corto y con muy pocas personas. En cambio, en nuestro país mientras más gente es mejor.

Pero de todas las fiestas que se realizan en el territorio mexicano, el Día de Muertos es la más especial, incluso más importante que la Navidad y el Año Nuevo.

La muerte, nos dice Octavio Paz, “tiene similitud con nuestro estilo de vida: si nuestra muerte carece de sentido, tampoco lo tuvo nuestra vida”.

Por eso cuando alguien muere de manera violenta, solemos decir: “se la buscó”. Y es cierto, cada quien tiene la muerte que se busca, la muerte que se hace. Muerte de cristiano o muerte de perro son maneras de morir que reflejan maneras de vivir. Si la muerte nos traiciona y morimos de mala manera, todos se lamentan: hay que morir como se vive… Si no morimos como vivimos, es porque realmente no fue nuestra la vida que vivimos: no nos pertenecía, como no nos pertenece la mala suerte que nos mata. Dime cómo mueres y te diré quién eres.

Nosotros los mexicanos vamos cargando la muerte con nuestra vida, no somos como los extranjeros, que a la muerte nunca se le menciona, y se le niega.

“A la muerte, se le frecuenta, se le burla, se le acaricia… Es uno de sus juguetes favoritos y su amor más permanente. Cierto, en su actitud hay quizá tanto miedo como en la de los otros; mas al menos no se esconde ni la esconde; la contempla cara a cara con impaciencia, desdén o ironía: si me han de matar mañana, que me maten de una vez. La indiferencia del mexicano ante la muerte, se nutre de su indiferencia ante la vida”.

Es así como la tenemos presente en las canciones, en los refranes, en los dichos y en las fiestas:

“En un mundo cerrado y sin salida, en donde todo es muerte, lo único valioso es la muerte. Pero afirmamos algo negativo. Calaveras de azúcar o de papel de China, esqueletos coloridos de fuegos de artificio, nuestras representaciones populares son siempre burla de la vida, afirmación de la nadería e insignificancia de la humana existencia. Adornamos nuestras casas con cráneos, comemos el día de los Difuntos panes que fingen huesos y nos divierten canciones y chascarrillos en los que ríe la muerte pelona, pero toda esa fanfarrona familiaridad no nos dispensa de la pregunta que todos nos hacemos: ¿Qué es la muerte? No hemos inventado una nueva respuesta. Y cada vez que nos la preguntamos, nos encogemos de hombros: ¿Qué me importa la muerte, si no me importa la vida?”.

El sentido de la muerte con los mexicas fue algo colectivo, y un puente para la otra vida. Con los españoles fue un castigo, y se convierte en un suceso individual; y hoy, es algo que está presente en nosotros, y del que estamos conscientes de su existencia al grado de convertir los velorios en centros de chismes familiares, con chistes subidos, y en reuniones posteriores de las misas -nueve misas- de música e incluso de baile.

Hay una novela corta titulada: “Señales de Vida”, muy divertida por cierto, de un joven escritor llamado Adrián Chávez, donde nos narra un velorio con sus simpáticas peculiaridades. Y qué decir de la canción “Cerró sus ojitos Cleto” del extraordinario compositor Chava Flores, en donde la viuda pierde la caja y al muerto jugando cartas durante el velorio.

Por otra parte, una danesa amiga de la familia comenta que cuando una persona muere en su país el luto puede durar hasta un año; y aquí en México, al día siguiente continuamos con las actividades normales. Así de diferentes somos.

¡Felices fiestas de muertos! Y a comer pan de muerto con una taza con chocolate. Y gracias don Octavio Paz por tu valiosa herencia escrita.

“Oscilamos entre la entrega y la reserva, entre el grito y el silencio, entre la fiesta y el velorio, sin entregamos jamás”. Dicho está.

* Socióloga y doctora en investigación educativa

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