Columna invitada

Las diferencias educativas entre las culturas oriental y occidental en el siglo XXI (parte 6)

“Lo que no sabes, lo que no haces y lo que no eres, es que aún no lo has aprendido”: Dr. Christian Gabriel Ríos Rodríguez (director general de ICE México)


David Moisés Terán Pérez *

Estimadas(os) lectoras(es) de esta columna invitada semanal. Buenos días. Le deseo a ustedes como ya es nuestra costumbre ¡un extraordinario, productivo, genial, excelente y muy feliz martes! Hoy continuaremos desarrollando contenido para esta muy agradable y entretenida saga.

Comencemos con un contexto y con unas interesantes interrogantes: en relación al contexto, hemos visto en las cinco entregas anteriores que el tiempo de estudio en la cultura occidental es infinitamente mayor que las horas que en la cultura occidental se dedican al proceso escolar.

Entonces vienen las importantes preguntas: ¿Por qué no surge un Steve Jobs en México, en Argentina, en Colombia, o en cualquier otro país de América Latina, en España; o incluso, en China, en Corea del Sur o en Japón, donde hay gente tanto, o más talentosa que el fundador de Apple™?, ¿qué es lo que hace que Steve Jobs haya triunfado en los Estados Unidos de América, al igual que Bill Gates, el fundador de Microsoft; Mark Zuckerberg, el fundador de Facebook, Jeff Bezos, el fundador de Amazon; y tantos otros; mientras que miles de talentos de otras partes del mundo no puedan hacerlo en sus respectivos países? Se trata de una pregunta fundamental, que debería estar en el centro del análisis político y educativo de nuestros países en América Latina, porque estamos viviendo en una economía global del conocimiento, en que las naciones que más crecen —y que más reducen la pobreza—, son todas aquellas que producen innovaciones tecnológicas.

Hoy en día, la prosperidad de los países, depende cada vez menos de sus recursos naturales, y cada vez más de unos extraordinarios sistemas educativos, de sus científicos; así como de sus innovadores y creativos. En esta segunda década del siglo XXI, los países más exitosos, no son los que tienen más petróleo, más reservas de agua, o más minerales —aunque en la práctica, todos esos recursos son importantes y ayudan—, sino aquellos países que desarrollan las mejores mentes, y exportan productos con mayor valor agregado. Un programa de computación exitoso, un nuevo medicamento, o un diseño de ropa novedoso, en la práctica, valen mucho más, que toneladas de materias primas.

No es casualidad en este año 2023, que una empresa como Apple™, valga 30% más que todo el producto bruto de Argentina, y más del doble del producto bruto de Venezuela. Y no es casualidad tampoco, que muchos de los países más ricos del mundo en ingreso per cápita, sean naciones como Luxemburgo, Liechtenstein, Suiza, Austria, o Singapur, que no tienen recursos naturales —y en el caso de Singapur, se trata de una nación que tiene que importar hasta el agua que consume—; mientras que en países petroleros y ricos en recursos naturales como Venezuela, México, o Nigeria, prevalecen niveles de pobreza obscenos.

La gran pregunta, entonces, es: ¿Cómo hacer para que nuestros países puedan producir uno, cientos, o miles, de Steve Jobs? Una extraordinaria respuesta está en la calidad de la educación. Esa es la clave de la Economía del Conocimiento. Y esa premisa sigue siendo cierta. El propio Bill Gates en una entrevista dijo que: “Él jamás hubiera podido crear Microsoft y revolucionar el mundo con las computadoras si no hubiera tenido una excelente educación en la escuela secundaria, donde había una computadora de última generación que le despertó la curiosidad por el mundo de la informática”. Y, tal como lo señaló Bill Gates en otra entrevista, años después, lejos de vanagloriarse de haber dejado la escuela antes de tiempo, su abandono de la Universidad de Harvard fue algo que siempre lamentó: “Lo cierto es que tuve que dejar la Universidad porque llegué a la conclusión de que tenía que actuar rápidamente para aprovechar la oportunidad de Microsoft™; pero ya había terminado tres años de mi licenciatura, y si hubiera usado inteligentemente mis créditos universitarios de la escuela secundaria, me hubieran dado el título. De manera que no soy un desertor típico”.

Porque también es muy cierto, que una excelente educación sin un entorno que fomente la innovación, produce muchos operadores en Uber™, con una sorprendente cultura general; pero poca riqueza personal y/o nacional. Como quedó claro en los casos de Jobs, Gates, Zuckerberg, Bezos, y tantos otros más, hacen falta otros elementos; además de una extraordinaria educación, para fomentar mentes creativas. Pero: ¿Cuáles son esos “misteriosos” elementos? En realidad, hay varias respuestas posibles. Una de ellas es que la excesiva interferencia del Estado, ahoga la cultura creativa, tal y como lo muestra el siguiente mensaje de un usuario español de Twitter, que opinó respecto al tema de Steve Jobs: “En España, Jobs no hubiera podido hacer nada, porque es ilegal iniciar una empresa en el garaje de una casa, y nadie hubiera dado un centavo para iniciar dicha empresa”. La implicación de este mensaje, era que la primera gran traba de nuestros países a la innovación, es una excesiva regulación estatal, una apabullante burocracia, y por supuesto, la falta de capital de riesgo para financiar los proyectos de nuestros talentos. Hay algo de cierto en eso, pero es una explicación real e insuficiente. Es cierto que Jobs hubiera tenido que ser muy paciente —y afortunado—, para iniciar su empresa informática en España, en México, o en la mayoría de los países latinoamericanos. Un estudio del Banco Mundial (2013), muestra que mientras en Argentina hacen falta 14 trámites legales para abrir una empresa —aunque sea un taller mecánico casero en un garaje—, en Brasil 13 y en Venezuela 17, en los Estados Unidos de América y en la mayoría de los países industrializados de la Europa de élite, hacen falta sólo seis simples trámites.

Sin embargo, ese mismo estudio muestra que varios países, como México y Chile, han reducido considerablemente sus trabas burocráticas en los últimos años, y en la actualidad, exigen el mismo número de trámites que en los Estados Unidos de América para abrir una empresa. Si la burocracia estatal fuera la principal traba para la creatividad productiva, México y Chile ya deberían estar produciendo emprendedores globales de la talla de Jobs, de Gates, de Zuckerberg, o de Bezos.

Sin embargo, otra explicación, en el otro extremo del espectro político, es que hace falta más intervención estatal. Según esta teoría, nuestros países no están produciendo más innovadores, porque nuestros gobiernos no invierten más en parques científicos e industriales. En años recientes, muchos presidentes latinoamericanos, han inaugurado con gran pompa enormes parques científicos y tecnológicos, que —según aseguran—, convertirán a sus naciones en grandes centros de investigación a nivel mundial. Ya hay 22 de estos parques tecnológicos en Brasil, 21 en México, cinco en Argentina, cinco en Colombia, y varios otros en construcción en estos y en otros países, todos creados bajo la premisa nacida en los Estados Unidos de América, y en el Reino Unido de la Gran Bretaña desde los años cincuenta del siglo XX, de que la proximidad física de las empresas, las universidades y los gobiernos, facilita la transferencia de conocimiento y la innovación. Pero, según los estudios más recientes, esos parques tecnológicos son proyectos inmobiliarios que —fuera del rédito político para los presidentes que los inauguran—, producen pocos resultados en materia de innovación. Un informe reciente del Banco Interamericano de Desarrollo (BID) concluyó que: “En América Latina las políticas de los parques científicos y tecnológicos están lejos de conseguir sus objetivos” (Rodríguez-Pose, 2012).

Finalmente, la otra explicación más difundida acerca de por qué no han surgido líderes mundiales de innovación de la talla de Jobs, Gates, Zuckerberg, y Bezos, en nuestros países, es de tipo cultural. Según esta teoría, la cultura hispánica tiene una larga tradición de verticalidad, obediencia y falta de tolerancia a lo diferente que limita la creatividad. Pero este determinismo cultural tampoco convence demasiado. Si la verticalidad y la obediencia fuera el problema, Corea del Sur —un pequeño país asiático que produce 10 veces más patentes de nuevas invenciones que todos los países de Latinoamérica y el Caribe juntos—, tendría que producir mucho menos innovación que cualquier país hispanoparlante. (Continuará…)

Referencias:

Banco Mundial. (2013). Doing business. New York, USA: World Bank.

Oppenheimmer, Andrés. (s. F.). ¡Crear o morir! La esperanza de Latinoamérica, y las cinco claves de la innovación. Nueva York, EUA: Random House LLC.

Rodríguez-Pose, Andrés. (2012). Los parques científicos y tecnológicos en América Latina: Un análisis de la situación actual. Nueva York, EUA: Banco Interamericano para el Desarrollo.

* Ingeniero Mecánico Electricista por la UNAM. Especialidad en Habilidades Docentes por la UNITEC. Maestro en Microelectrónica por la Université Pierre et Marie Curie de París. Maestro en Alta Dirección por el IPADE. Maestro en Ciencias de la Educación por la UVM. Doctor en Educación por la UPN. Académico en la UNAM por 30 años. Director de los Centros Autorizados de Servicio (CAS) en Hewlett-Packard de México. Líder de Proyecto Eléctrico en Siemens México. Autor de siete libros publicados por Alfaomega Grupo Editor. Dos títulos más en la Editorial Umbral. Además de ser conferencista nacional e internacional. Actualmente, es el CEO del Centro Evaluador en Competencias Laborales “Liderazgo en Certificación”, LICERT S.A.S. de C.V., avalado por el CONOCER y la SEP, con URL www.licert.com.mx. Correo electrónico: dmtp040964@gmail.com.

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