Añoranzas junto al agua

“Un buen padre, vale por cien maestros”: Jean Jacques Rousseau
Verónica Bracho Alburquerque *
¿Cómo están estimados lectores? Iniciamos con la época de lluvias y huracanes. Las ciudades ya presentan inundaciones. Muchos creerán que el problema es el agua o el drenaje, pero no es así, es la falta de conciencia de la gente que tira basura en la calle. A pesar de las campañas publicitarias y de las clases de concientización en las escuelas, muchas personas siguen con este comportamiento irresponsable.
Pero dejemos de lado estos hechos bochornosos y retomemos este preciado líquido que nos ofrece la maravilla de la vida en el planeta, la salud física y, de manera muy personal, me ofrece los recuerdos de mi infancia.
Remontándome a ellos, cuando íbamos a la playa en los paseos familiares era muy agradable compartir esos momentos con mi padre. En su compañía, nos adentrábamos al mar y nos íbamos hasta donde ya no había olas para poder nadar tranquilamente; con él sentía seguridad y fortaleza, tenía toda la confianza de que con él nada malo me pasaría.
En mi adolescencia viví en una casa en el estado de Veracruz que contaba con un patio muy grande en el que había una pileta que era nuestra “alberca”; ahí llegaban amigos y mis primos Bracho (Óscar y Omar), y jugábamos en el agua. La pileta no era tan pequeña, pues hasta mi padre se metía. Fue una época muy bonita.
Con los estudios y el trabajo, transcurrieron los años. Me alejé de las albercas y hasta ahora regreso a ellas por indicación médica y este acercamiento me hace sentir nuevamente esa emoción de felicidad y tranquilidad que tenía cuando estaba con mi papá.
Regresando a este vital líquido, con el que tenemos contacto desde el momento en que nos formamos en la placenta de nuestra madre, amén de que nuestro cuerpo posee 60% de agua y hoy se demuestra que el agua tiene propiedades curativas, pues al realizarse ejercicios y deportes en ella, como la gimnasia acuática vertical, los acuaerobics, los fitness acuáticos, el waterpolo, entre otros, hay poca probabilidad de lastimarnos y nos produce una sensación de bienestar. Incluso el nacimiento de un bebé es menos traumático en el agua.
¿Quién puede negarse a contemplar el mar o quedarse absorto ante esa majestuosidad? Yo creo que nadie. El agua tiene un poder inmenso, pues una gota de ella es capaz de fracturar una roca y su fuerza es capaz de destruir ciudades.
Para concluir, retomo las palabras de la entrenadora y capacitadora Andrea Moriconi: el agua es como la vida, en la que nos frenan pesadas anclas y nos hacemos de flotadores para seguir en el camino; aunque muchas veces nos paraliza el miedo y buscamos pasamanos para hacer pie.
Cuando al fin logramos sortear esos obstáculos, soltar las amarras, es cuando empezamos a andar en la vida como “pez en el agua”. Feliz día del padre.