Columna invitadaSociedad

Pan de muerto, ¡una tradición muy nuestra!

¡De muertos y tragones, están llenos los panteones!: vox populi


🖋 Verónica Bracho Alburquerque *

Hola queridos(as) lectores(as), ya estamos en la casi recta final para conmemorar un año más a los muertos, y una de las muchas maneras de hacerlo es a través del pan.

Los mexicanos somos paneros de corazón y nunca falta en nuestras mesas; y en esta temporada de muertos, es obvio, tenemos nuestro tradicional pan de muerto, pero ya nos conocemos y no nos quedamos con la receta tradicional: creamos, inventamos, nos ingeniamos, y ese pan de muertos ya lo encontramos en las tiendas y panaderías cubierto de chocolate, relleno de nata, de fresa, de nutella, de chantillí, de chocolate de conejito, en fin, ya hay mucha variedad para comerlo.

Y hablando del pan de México, éste es reconocido como una de las más creativas del mundo. Según la Cámara Nacional de la Industria Mexicana de la Panificación (Canaimpa), en el país se cuenta con un registro de unas mil 200 variedades de pan dulce y unas 400 de pan salado, siendo la más reconocida la concha.

Con estas cifras podríamos creer que México tiene la mayor variedad de pan a nivel mundial, pero resultaría una mentira, pues el primer lugar lo tiene Alemania, con más de tres mil tipos de pan.

Del pan de dulce mexicano, el que se considera más rico es el famoso “puerquito” o “marranito”, por su suavidad, por el dulce de piloncillo y el anís que le da un sabor diferente.

Otra singularidad de los panes tradicionales de nuestro país son sus nombres, pues hay nombres de todo tipo: “cuerno”, “corbata”, “ojo de buey”, “panqué”, “trenza”, “banderilla”, “bisquet”, “hojaldra”, “polvorón”, “chilindrina”, “ojo de pancha”, “churros”, “nube”, “cubiletes de queso”, “cocol”, “piedra”, “galleta de grajeas”, “campechanas”, entre muchos otros.

Pero escribiremos especialmente de el pan de muerto por tener una tradición especial y por sus características particulares, pues tiene como adorno sobre el pan unas tiras que representan “los huesitos”, con sabor naranja o mantequilla, y está espolvoreado de azúcar. El aroma de azahar le da un olor también muy diferente, y se dice que ese aroma es el que guía las almas de los difuntos hacia la ofrenda.

En Pachuca -y lástima que lo descubrí muy tarde, apenas el año pasado-, hay una panadería en la colonia Céspedes llamada Chapis, en la calle de Ixmiquilpan número 303, que tiene un pan de dulce riquísimo, pero el que supera todos los sabores es el pan de muerto de guayaba, que está exageradamente delicioso, se los recomiendo mucho.

Este pan, en nuestras ricas tradiciones simboliza el ciclo de la vida y la muerte, por su forma circular; el pan representa la tumba, el círculo que se encuentra en la parte superior simboliza el cráneo y las canillas son los huesos.

Se dice que el pan de muerto se remonta a la época de la Conquista, al mezclar las tradiciones indígenas y españolas. Hay alrededor de su origen mitos y leyendas de que el pan era elaborado con sangre, pero son solo especulaciones. En la Huasteca hidalguense, el pan de muerto se elabora con azúcar roja, y en el Valle del Mezquital hacen los panes más decorados.

Circula en las redes sociales que ya no solamente está el pan de muerto, ya que en la Ciudad de México existen los pambamuertos (pambazos en forma de pan de muerto), e incluso ya están patentados.

José Luis Curiel, escritor de gastronomía mexicana, dice: “Comer muertos es para el mexicano un verdadero placer, se considera la antropofagia de pan y azúcar”; es decir, desafiamos y nos burlamos de la muerte, comiéndola.

En estos días es recomendable leer o releer a Octavio Paz con su ensayo “El laberinto de la soledad” y repasar el capítulo referente a los muertos, donde explica la naturaleza del mexicano con soberana burla y sobriedad. Este ensayo es de 1950, pero parece que se escribió el día de ayer. Desenmascara la esencia del mexicano. Y el tema de la muerte es muy especial para nuestro país y muy extraño para los ojos de los extranjeros.

Preservemos nuestras tradiciones, y a comernos nuestra rebanada de pan. Hasta la próxima.

* Socióloga y doctora en investigación educativa

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