Columna invitada

El estornino de Mozart y el gato de Bukowski

¿Qué tienen en común el músico Wolfang Amadeus Mozart y el escritor Charles Bukowski?


🖋 Verónica Bracho Alburquerque *

Ahí estaba Mozart, con 28 años, caminando por las calles de Viena, en mayo de 1784, seguramente haciendo bromas de mal gusto en su cabeza, o pensando en música, tal vez ambas al mismo tiempo (la música y las bromas escatológicas eran las actividades que más lo apasionaban, junto con su gusto por despilfarrar el dinero). Cuando su flujo de ideas, seguramente torrencial, fue detenido por el canto de un ave, un bonito estornino que se encontraba a la venta en la calle y no dudó en gastar lo necesario para obtenerlo, pues, algunos dicen, que el ave cantó un pedazo casi idéntico de su “Concierto para piano n.º 17 en sol mayor, K. 453”; en específico el tercer movimiento, el cual fue completado el 12 de abril de 1784, semanas antes de adquirir el estornino. Haya sido como haya sido; la realidad es que, Mozart, transcribió el canto de su pájaro, en un pentagrama musical, el cual es casi idéntico al concierto en cuestión a excepción de una nota que cantó mal el estornino. Y escribió Mozart en su libreta: “¡Eso estuvo bien!”.

Uno no debe tardar mucho en imaginar lo que un genio musical y un ave con gran capacidad para imitar líneas melódicas pudieron hacer. Lo más probable es imaginarse a Mozart, con su humor infantil, enseñando alguna melodía al ave, y él tocando o cantando algo a la par del estornino; sólo queda imaginarlo ya que no hay documentos que confirmen o desmientan este muy probable escenario.

Y así debió ser la amistad de estos dos nada comunes, personajes y que fue muy breve, pues solo duró tres años, hasta el fallecimiento del pajarito, un 4 de junio de 1787. En esos tres años, el ave vivió en la casa de Mozart y fue testigo de los años más fructíferos del Mozart compositor y la muerte del ave -del cual no se conoce su nombre-, causó al parecer, una profunda tristeza en Mozart, pues le organizó un funeral en el patio trasero de su casa, y le escribió un poema que dice lo siguiente (no hay una traducción bien hecha en español y no sé alemán. Entonces, que lo traduzca la Inteligencia Artificial):

“La muerte del estornino”

El estornino está muerto, el estornino está muerto, 

La muerte ha venido y nos ha llevado. 

También nos ha dejado, nos ha dejado solos. 

La pluma del estornino ha caído. 

Y nos ha traído la muerte. 

Adiós, estornino, fuiste querido, 

En tu necesidad nos consolaste. 

Adiós, estornino, fuiste valioso, 

Ahora descansa en paz, fiel compañero.

Uno puede imaginarse a un Mozart muy afligido, pero por el humor de Mozart, uno puede tomarse a broma el funeral y el poema -así lo hacen muchos entendidos del tema-. La verdad es que seguramente lo quiso mucho, sintió su muerte, pero lo tomó con levedad, como supuestamente deben tomarse todas las muertes, pues nadie puede ocultarse de ella. Cuatro años más tarde, muere este músico, el 5 de diciembre de 1791, a los 35 años.

Avanzando en el tiempo, más de un siglo, nos encontramos con un poeta nacionalizado estadounidense, de origen alemán, que desde muy temprana edad, vivió en la ciudad de Los Ángeles California; abandonó sus estudios cuando estaba en la universidad, y se mudó a Nueva York para intentar escribir.

Escribió durante cinco años, fracasó y regresó a Los Ángeles, en donde se dedicó a beber y dejó la escritura por diez años. En ese tiempo trabajó de cartero, en fábricas, en gasolineras, y a causa de su alcoholismo se provocó una úlcera sangrante muy grave, y ese hecho hizo que retomara la escritura, también volvió a la poesía y así continuo otros quince años más, hasta cumplir los 49 años, cuando le ofrecieron 100 dólares mensuales de por vida para dedicarse solamente a escribir. El resto es historia. Es uno de los escritores más polémicos y famosos del mundo.

Reconocido por su honestidad para escribir, por la crudeza con la que detalla sus historias, y la vulgaridad que convierte en poemas, por su alcoholismo, por su misoginia y muchas actitudes reprobables más que ponen en debate si es aceptable consumir su arte… Efectivamente, hablamos de Charles Bukowski.

Puede preguntarse, querido lector(a): ¿A qué viene este hombre tan polémico en este tema? Pues es el polo opuesto a Amadeus Mozart, y nada tiene que ver los caprichos infantiles de Mozart vueltos música, contra la eterna amargura de un obrero de una ciudad igual de decadente que emocionante.  Mozart que desde los 3 años es el mejor en lo que hace y, por otro lado, Bukowski que hasta los 49 pudo dedicarse de tiempo completo al arte que amaba, mientras que Mozart a esa edad ya no existía.

Pero aquí hay un pequeño y gran detalle en que coinciden estos dos famosos hombres, Charles Bukowski, adoraba a los gatos, y escribió sobre ellos en varias ocasiones, pero el poema en cuestión narra la vida de su gato más querido, pues supongo encontró similitudes con su felino preferido, en su esfuerzo por pelear y seguir, aunque el mundo no muestre ninguna esperanza. «Cuando me siento deprimido, todo lo que tengo que hacer es mirar a mis gatos y mi coraje regresa», escribió alguna vez. A continuación, el poema en cuestión:

“Historia de un duro hijo de puta”

Llegó a mi puerta una noche, mojado, flaco, golpeado y aterrado, 

un gato blanco, bizco y sin cola. 

Me lo llevé dentro y le di de comer, y se quedó. 

Cogió confianza en mí, hasta que un amigo subió la rampa del garaje 

y lo atropelló. 

Llevé lo que quedaba de él al veterinario, que dijo: 

«No tiene muchas posibilidades… dale estas pastillas… 

su columna está rota; ya lo estaba antes, pero de alguna manera 

se arregló, si vive nunca caminará; mira estas radiografías, 

le han disparado, mira aquí, los perdigones aún están ahí… 

Además, una vez tuvo cola, pero alguien se la cortó…». 

Volví con el gato, era un verano caluroso, uno de los más 

calientes en décadas, lo puse en el suelo del baño, 

le di agua y las pastillas, no comía, ni siquiera tocaba el agua. 

Mojaba mi dedo en ella y le humedecía la boca, y le hablaba, 

no me iba a ninguna parte, pasaba mucho tiempo en el baño 

y le hablaba, y lo tocaba suavemente, y él me miraba 

con esos ojos azules claros y bizcos, y con el paso de los días 

hizo su primer movimiento 

arrastrándose con sus patas delanteras 

(las traseras no le respondían). 

Logró llegar al arenero 

se arrastró sobre el borde hasta estar dentro, 

fue como la trompeta de una posible victoria 

sonando en el baño y en la ciudad. 

Me veía a mí mismo en ese gato, también yo lo había pasado mal; 

no tan mal, pero lo bastante mal. 

Una mañana se levantó, se puso en pie, cayó 

y se quedó mirándome. 

«Puedes hacerlo», le dije. 

Siguió intentándolo, levantándose, cayéndose 

hasta que finalmente dio algunos pasos, era como un borracho; 

las patas traseras no querían hacer lo suyo y se caía de nuevo, 

descansaba, volvía a levantarse. 

Ya sabéis el resto: ahora está mejor que nunca, bizco, 

casi desdentado, pero la gracia ha vuelto, y esa mirada 

en sus ojos nunca se ha ido… 

Y ahora a veces me hacen entrevistas, quieren oírme hablar sobre 

la vida y la literatura, y yo me emborracho y cojo en brazos a mi gato bizco, 

acribillado, atropellado y sin rabo y les digo, «¡miren, miren esto!» 

Pero no lo entienden, dicen cosas como, «¿y dice usted 

que fue influido por Céline?» 

«No», y tomo al gato en brazos, «por lo que ocurre, por 

cosas como esta, por esto, ¡por éste!» 

Meneo al gato, lo levanto 

en la luz ahumada y ebria, está tranquilo, él sabe… 

Es entonces cuando la entrevista termina y 

aunque a veces me siento orgulloso cuando veo las fotos 

después, y ahí estoy yo y ahí está el gato, y estamos 

juntos en la foto… 

Él también sabe que es una idiotez, pero que de alguna manera ayuda.

Bukowski murió en 1994, a los 74 años, aproximadamente 20 años después de escribir el poema.

Espero haberles alegrado el día, al saber que el amor por otras especies puede venir de cualquier parte. Una persona cercana dice que hay que querer a los animales y a los niños, porque son criaturas que no pueden defenderse solas, y yo creo que tiene razón. Alguien que no sea bueno con los niños o los animales, difícilmente será de buen corazón.

Hasta la próxima y disfruten de las olimpiadas.

* Socióloga y doctora en investigación educativa

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