Columna invitada

Un domingo cualquiera… de cuarentena

Por los ausentes, no permitamos que sean más. Que la estancia en casa nos permita volver a ser como nos vimos ayer, y en el mañana, aún mejores. Pronto pasará y volveremos a encontrarnos


Francisco Acosta – PACHUCA

Tras la ventana miro el mañana que hoy se ve lejano, hoy que el hoy nos explotó en el rostro, que hizo a un lado la cotidianidad en un pestañeo, más rápido que el vuelo del colibrí que de vez en vez viene al patio de la casa, que se tornó en refugio, en lugar de reencuentro, en algunos, en campo de batalla.  

Así pasa la vida desde hace dos meses y se ve lejano poder dejar atrás la cortina de cristal que nos separa de la otra vida, la de ayer. El nivel de contagio aumenta y no parece detenerse, aunque en mucho está en nosotros ponerle un freno. Es un virus invisible que avanza rápido, por todas partes, pues la gente misma somos su vehículo.

Y es momento de guardar la calma, de guardarnos otros días, tan sólo los necesarios para volver al otro lado de la pantalla, la cotidianeidad como quiera que venga, a la otra vida tras la transparencia del cristal, la que teníamos más allá de la puerta de la casa; el trabajo, la escuela, las amistades, la gente en el camino, el café, el jardín, la montaña, el bosque, la que quedó atrapada en el tiempo del ayer que hoy se antoja nostálgico, como si hubiera pasado ya toda una vida.

En el audífono Mercedes Sosa me transporta y veo que “cambia el mundo, cambia todo mundo, cambia el rumbo el caminar”, porque hoy nada es igual y mañana no lo será tampoco, tendremos que volver nuestros pasos y reflexionar sobre lo que dejamos en la ruta y claro, lo vivido.

Y ha cambiado, hemos cambiado, todo cambia, los libros se leían en páginas de papel, los periódicos olían a tinta. ¡Ah!, los rituales de la lectura que también han variado; las flores eran flores con olor, el chocolate y la leche y la mantequilla y otros alimentos no se imaginaban lights; los juegos de ayer no son más, las rondas infantiles son como una leyenda, un mito milenario, un sueño, un recuerdo lejano más allá del tiempo mismo.

Son los tiempos del Internet, de las nuevas tecnologías de la comunicación y la información, del mundo digital y las redes sociales, de la cercanía global, tiempos en los que la vida se ve y pasa también a través de una pantalla.

Una comunicación interpersonal sin contacto, a la sana distancia, a pesar de que la imagen que se está viendo en tiempo real sea eso, aunque la voz que se escucha sea tan sólo un sonido que se oye, aunque no sea más que eso, es parte del momento que vivimos, una manera de hacernos la vida.

Son tiempos, como en otros tiempos, los que la sana distancia y el jabón, el lavado de manos y otras medidas higiénicas como las que hoy se nos recomiendan para evitar el contagio del Covid, también fueron necesarias para parar los demonios que acecharon, que acechan, los mismos que hoy a unos han ya poseído. Virus, bacterias, seres microscópicos que también sembraron enfermedad, dolor y muerte.

Son tiempos de angustia, miedos, incertidumbre, penas, dolor, ausencias, carencias para muchos, remansos para otros, alivio acaso para unos más, sí, pero también de solidaridad y empatía, responsabilidad social. Sí, solidaridad, empatía y responsabilidad de todos quienes tenemos la oportunidad de hacerlo, es quedarse en casa. De los que salen, cuidarse, observar las medias sanitarias.

Y miro las gotas caer a torrentes, como ayer las vi también tras la ventana, llenando las calles y los silencios forzados, forzosos, de este aislamiento, voluntario y necesario, que nos tiene a muchos en un monólogo atrapado. ¿Cuándo acabará todo esto?; hablar con uno mismo en un diálogo exacerbado por lo cierto, lo incierto, la desinformación, la ignorancia, a pesar que hoy en la palma de la mano quepa el mundo, así sea visto a través del fino cristal de una pantalla.

Y la música cambia también y en el reproductor escucho la misma pregunta que me hago, ¿dónde andarán, los amigos de ayer…? Y el señor del periódico, la doña de las tortillas en el mercado, y otros tantos personajes que día a día miraba en el curso de mi vida misma, ¿dónde están, que será de ellos en esta mañana en que veo pasar la vida como detenida? Aunque más allá, dicen, hay  todavía muchos que la vuelven vertiginosa, imparable.

Y sigo mezclando recuerdos del ayer que se volvió anécdota en este hoy, que es pasado, que es mañana también, algo que contarse a sí mismo para no olvidar quiénes somos, de dónde venimos, a dónde queremos ir cuando todo esto pase, porque de todo esto creo es lo único cierto, pasará.  

Y vienen los vientos a volarnos el pelo, eso imaginamos del ayer, porque tras la pantalla transparente tan sólo veo y escucho cómo sacuden los pocos árboles que se miran desde el refugio, un rumor, un suspiro que se amplifica en el encierro. Y recuerdo entonces los papalotes, las cometas en las que montábamos nuestro mañana, siempre el futuro, la esperanza de alcanzarlo, de vivirlo.

El hoy nos tomó como siempre lo ha hecho, sin aviso, de repente, y los mundos imaginarios que trajimos tantas veces a nuestros juegos, a las pláticas, quedaron cortos. No hay guerra nuclear, no hay invasión de extraterrestres, ni se acabó el petróleo, ni ha caído un meteorito, ni llegó una onda gélida que cubrió de nieve el mundo entero, ni el sol ha explotado.

Lo invisible al ojo humano, un virus, que a unos sólo enferma poco o mucho, pero a otros, mata, vino a ponernos de cabeza, a mostrarnos una vez más, por más desarrollada hoy la ciencia, los avances tecnológicos, la fragilidad humana, que no somos invencibles, ni todos poderosos. El SARS-CoV-2 es hoy para nosotros como la kryptonita para Superman; tal vez como kryptonita hemos sido nosotros para nuestro hogar, el aún planeta azul.

Y vemos la vida tras la ventana como la película de la humanidad en nuestra propia historia que tiene un capítulo que no contemplamos en el guion, que se escribe hoy, tras el fino cristal que nos separa del ayer, del mañana. Día a día, hora tras hora, minuto por minuto.

Cuando esto pase, decimos muchos, volveremos a abrazarnos por los abrazos no dados, volveremos a reírnos por las risas contenidas, volveremos a llorar por lo tanto guardado, volveremos a nuestras actividades diarias, a lo que dejamos pendiente, a medias, por finalizar, por hacer, por construir.

Me reflejo en la ventana. Veo pasar la vida a través del cristal y me pregunto ¿cómo volveremos al otro lado de la pantalla si ya nada es lo mismo, si no será lo mismo? Me animo, me digo a mí mismo como diciéndoles a todos, por los ausentes, por los enfermos: aguantemos, todo pasa.

Así, tras la fina pantalla transparente que hoy me permite mirar la otra vida que está ahí esperando, sigo en casa pensando en el mañana, ese que inventamos cada día para cuando volvamos a encontrarnos.

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